martes, 4 de agosto de 2009

El vivero de nuestros asombros

La creatividad común y corriente en el psicoanálisis.

Patricia Checa Arias Schreiber (*)

Los conceptos de “objeto transicional” y “espacio potencial” winnicotianos nos acercaron vívidamente a la comprensión de la experiencia emocional y artística, cuando también podíamos figurarnos alguna vez como niños, dando vida a una almohadita u osito de peluche, creando objetos subjetivos. Sin embargo, pese a que la vivencia artística o cultural la podíamos entender, tal y como el autor mencionado lo planteaba, como continuación de la vivencia transicional infantil, no podía ser distinguida en la vida cotidiana adulta, sin exponerse a ser interpretada por nosotros mismos, como una defensa. Si no se trataba de una experiencia artística encumbrada nos inclinábamos a pensar -desoyendo la esencia del espíritu del texto winnicotiano- que buscábamos “la experiencia transicional” para tranquilizarnos o para compensarnos de algo fundamental que nos faltaba, temiendo ser calificados de “regresivos”. Para que estos conceptos adquiriesen plenitud significativa tenían que asentarse en una concepción de la mente que otorgase al proceso primario y al inconsciente una valoración creativa más rotunda que la esbozada por los freudianos. Solamente de ese modo, la creatividad podía dejar de ser un privilegio de “élite” para ser comprendida como función natural en todas las personas, los impulsos a reparar, sublimar y a buscar la belleza son universales, así como la opción de disponer de nuestras emociones para embellecer el mundo circundante. Esta ampliación del marco cerrado de la disposición artística al campo “común” de los humanos puso en jaque a la versión contrapuesta de Freud entre fantasía y realidad, generando desde entonces una variedad de sugerentes conceptos post-freudianos sobre creatividad. La “apercepción creativa” de Winnicott, ”la capacidad de reverie” de Bion, “la estética de los sueños” de Meltzer, etc. nos acercan cada vez más al “corriente milagro” de nuestras mentes cuando son capaces de soñar y/o crear.

Si bien es cierto que ni los textos de Winnicott, ni los de Klein desentrañan toda la complejidad de la creatividad artística propiamente dicha, nos ayudan a abordarla de una manera más cercana a nuestras vivencias personales de idealidad e ilusión. Nos permite sentir que, sin ser grandes creadores, disponemos también del potencial que éstos últimos poseen en abundancia. En términos de Anzieu, sanos y enfermos debemos preservar este campo de ilusión, como la mejor manera de soportar la dificultad de vivir y como garantía de encontrar continuidad entre el principio de placer y de realidad. (Anzieu, 1978, p.29). Que es lo mismo que decir, que en lugar de preocuparnos por la posesión o no del talento creativo, tendríamos que ocuparnos más de nuestras resistencias emocionales o epistemológicas para darle cabida a la creatividad dentro de nuestra vida y de nuestro quehacer psicoanalítico. Cada uno de nosotros posee una íntima riqueza de imágenes, asentada en nuestros recuerdos, lo que en términos del poeta Cesare Pavese, forman “el vivero de nuestros asombros”. Para él no existe un espíritu que no pueda, al asomarse a sí mismo, advertir en su fondo un destello de misterio, una capacidad aunque sea débil de poesía, alcanzando con ello un sentimiento propio de excepción o de prodigio. (Pavese, 1994)

Si el reto creativo en los artistas prominentes requiere de habilidades especiales, las que tanto críticos y estudiosos del arte se encargan de resaltar, los psicoanalistas también creamos y nos toca particularmente el enfatizar la vertiente psíquica de las dificultades para hacerlo, tales como superar los sentimientos de culpa y de vergüenza , tabúes y amenazas y así poder disponernos a abordar lo desconocido y misterioso como Freud lo planteó en “Lo siniestro” (1919), describiendo de qué modo la obra de arte nos confronta con la realidad enigmática y al mismo tiempo familiar de nuestras vivencias internas escondidas.

Sin embargo, para que la creatividad -la de los grandes artistas y la nuestra “común y corriente”- pudiese ser acogida como parte de una experiencia curativa, algo medular en el pensamiento winnicotiano, se requería de la revisión anteriormente mencionada sobre la naturaleza de los impulsos primarios. Tuvo que reconocerse a la emoción como núcleo significativo de vivencias que esperan ser pensadas y comunicadas a nuestros semejantes y no como meros síntomas de estados de ánimo. (Meltzer, 1987). Al entenderse que también había cabida para impulsos primarios preocupados por el amor al objeto, y no sólo como expresión de un eros narcisista, se obtuvo un asidero mayor para hacer frente al “umheimlich” (la vivencia de lo familiar y desconocido al mismo tiempo,lo siniestro)freudiano, el que sin soslayar la fuerza de lo destructivo, también nos permite abordar de un modo más confiado nuestra “siniestra” e inquietante irracionalidad. El énfasis que Klein otorga a lo reparatorio de la creatividad, Winnicott lo lleva a su apoteosis al colocarla en un lugar de espontaneidad y gozo gratuito, desde el que el verdadero self puede florecer. Habla de una disposición general a confiar en la posesión de nuestros comunes dones cuando nos atrevemos a ser genuinos.

Cuando la vivencia de mi análisis, la acumulación de experiencia clínica y mis reflexiones y lecturas sobre creatividad y arte, me permiten entender hoy en día los conceptos winnicotianos en una dimensión mayor, me pregunto cómo éstos también pueden ser mirados a la luz del cambio de los tiempos. Al repensarlos no solamente me sorprende su gran actualidad, sino que pareciera que el paso de los años los hubiese enriquecido. No en vano existe una explícita revaloración de Winnicott en la clínica actual. André Green ha acunado la idea de una “nueva clínica psicoanalítica” inspirada en Winnicott y Bion. Para el psicoanalista francés estos autores enriquecen sustantivamente nuestras posibilidades como analistas de convertirnos en “facilitadores” de la vida emocional de nuestros pacientes. En términos de Winnicott nos toca ser el ambiente facilitador. Lo podemos hacer en tanto podamos situar confiadamente nuestra emocionalidad en el centro de nosotros mismos. Nuestra capacidad de “reverie” requiere el aporte de nuestras fantasías y deseos inconscientes puestos al servicio del crecimiento mental. Si bien ellos nos pueden alejar, también son los que nos animan a acercarnos y encontrarnos apasionadamente con la realidad, tanto externa como interna.

En los tiempos actuales, en los que el psicoanálisis no se encuentra más en el altar de la cultura, y que gana todos los días nuevos detractores, qué mejor manera de preservar lo esencial psicoanalítico cuando al ocuparnos de investigar la mente y con ello el malestar y el bienestar psíquicos, saber que disponemos de un método, al que no en vano amamos. El instrumento psicoanalítico adquiere con el tiempo una mayor sofisticación, recogiendo aportes tales como los de Winnicott, los que promueven una técnica íntimamente vinculada a los recursos espontáneos que nuestra mente posee y de la que con tanta frecuencia se aparta. Cuando André Green en su libro “El trabajo de lo negativo” entiende a la reacción terapéutica negativa (en un sentido más amplio) como un fracaso para construir objetos transicionales, nos habla de la persona que, negando la pérdida del objeto, se resiste obstinadamente a recrearlo. En suma, se niega a confiar en la riqueza y generatividad creativa de los objetos buenos internos. (Green, 1995, p.18). De nuestra “común y corriente” capacidad de ser creativos depende la posibilidad de conocer y acoger mejor nuestras emociones, ayudándonos a acoger contradicciones y paradojas descartadas por nuestro discurrir racional, enriqueciendo nuestro self. Nuestra época, cuestionadora de una extrema racionalidad, también nos inclina favorablemente a ello.

Lima, 15 de setiembre de 1996

(*) Patricia Checa Arias Schereiber es Psicoanalista Miembro Asociado de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.



BIBLIOGRAFIA

ANZIEU, Didier. Psicoanálisis del genio creador. Ed. Vancu. Buenos Aires, 1978

BETTELHEIM, Bruno. Freud y el alma humana. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1983

EIGEN. Michael. The electrified tightrope. Aronson Inc. New Jersey, 1993

FREUD, Sigmund. Lo siniestro (1919) En: Obras Completas. Biblioteca Nueva. Madrid.

GOLDMAN, Dodi. In one’s bones. The clinical genius of Winnicott. Jason Aronson Inc. New Jersey, 1993

GREEN, André. El trabajo de lo negativo. Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1996

KING, Pearl y STEINER, Ricardo Ed. The Freu-Klein Controversies 1941-45. New Library of psychoanalysis, London 1992

MELTZER, Donald. Vida Onírica. Tecnipublicaciones, Madrid, 1987

PAVESE, Cesare. El oficio de poeta. Universidad Iberoamericana. México, 1994

WINNICOTT, Donald. Realidad y juego. Ed. Granica. Buenos Aires, 1972

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